Monday, June 09, 2008

Serie Filosofia y Violencia. Marx (Parte II)


Es Marx un apologeta de la violencia?

Hasta este punto parece hacer carrera la idea según la cual Marx ha de pasar a los anales de la historia de las ideas como una suerte de apologeta de la violencia. A este respecto vale la pena hacer un matiz dados los peligros a los que tan liviana conclusión suele conducir. Dentro de la exégesis de Marx pueden encontrarse dos posiciones encontradas sobre el particular: una primera según la cual “Marx tuvo la originalidad de poner a la violencia en el corazón del proceso revolucionario viendo en ella el instrumento exclusivo de la transformación”1; y un segundo planteo a la luz del cual la violencia juega un papel secundario en el esquema conceptual del autor. Veamos a continuación los argumentos esgrimidos por cada polo.

Para autores como Massuh, el paso de un socialismo utópico a uno científico supuso el tránsito “de un socialismo apostólico, cristiano y humanista hacia un socialismo aguerrido, agresivo y totalizador. Es el tránsito de una doctrina pacifista y gradualista a otra de evidente contenido violento y apocalíptico”2 Se observa pues cómo el núcleo que marca el camino entre un socialismo y otro es el papel asignado a la violencia. En este sentido, el autor recupera apartes de la obra de Marx en los que critica duramente el sentimentalismo burgués y cristiano de movimientos socialistas (no marxistas) tales como la Liga de los Justos3, asignando como punto de giro al verdadero comunismo la creación de la Liga de los Comunistas. Según Massuh, “el tránsito de una Liga a la otra está regido por la necesidad de educar al socialismo en el espíritu de la lucha violenta y encarnizada. Nada de conciliación ni de prédicas persuasivas, nada de alianzas entre las clases. La violencia desencadenada debía transformarse en la estrategia de la lucha revolucionaria. El proletariado tendría que dirigir contra el opresor la misma violencia que durante siglos había soportado sobre sus espaldas y prepararse para una guerra sangrienta o nada.”4 Desde esta lente, se nos presenta un Marx convencido de la necesidad de la violencia como condición del cambio revolucionario, que advierte la magnitud del cambio social ya no desde las partes sino de la sociedad en su totalidad. La revolución proletaria suprime todo el contexto, elimina para siempre toda forma de opresión, procura liberar al mismo tiempo y para siempre a la sociedad entera de la explotación, de la opresión y de la lucha de clases:

Los comunistas no tienen por qué disimular sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo orden social existente. ¡Tiemblen las clases gobernantes ante la perspectiva de una revolución comunista! Los proletarios, con ella no tienen nada que perder que no sean sus cadenas. Tienen en cambio, un mundo entero por ganar5.

El recurso a la violencia es inminente y necesario para la redención del hombre y su liberación definitiva. La violencia “no sólo viene a ser el instrumento de una destrucción completa sino de una creación completa también. La violencia de Marx es apocalíptica porque arrasa un mundo viejo y barre con él, es redentora porque libera al hombre de sus alienaciones y lo rehumaniza, y es creadora puesto que engendra un orden nuevo”.6 “Lucha o muerte; guerra sangrienta o nada. Así está la cuestión impecablemente planteada”7.

No obstante lo dicho hasta aquí, el estigma de apologeta de la violencia puede matizarse en Marx si se tiene en cuenta que su consideración de la misma tiene apenas un carácter instrumental. En este sentido, vale aclarar que no es la violencia per- se el núcleo de su pensamiento, sino la liberación de los trabajadores de su condición de explotación. Hannah Arendt ha argumentado con mucha fuerza el papel secundario que la violencia juega en el esquema conceptual de Marx. Según ella, “Si se voltea (en Marx) el concepto ‘idealista’ de pensamiento se llega al concepto ‘materialista’ de trabajo; nunca se llega a la noción de violencia.”8

En este orden de ideas, el esfuerzo teórico de Marx está en caracterizar la relación social capitalista como una relación de explotación que no está compuesta únicamente por la violencia y por lo tanto, no es idéntica a ella. Con esto, el concepto central en la construcción teórica de Marx es el de explotación y no el de violencia. Este último fenómeno adquiere sentido solo en torno a procesos que tienen, fundamentalmente, una significación económica, como es el caso de la acumulación originaria del capital. Sin embargo, Marx tiene la lucidez de destacar que la relación social capitalista supone el desarrollo de unas clases sociales cuyo conflicto se expresa también por fuera de la esfera económica de la sociedad, en el campo de la dominación política.

Por otro lado, si bien para Marx la violencia es también una forma que puede asumir el conflicto político de las clases sociales, no es la única. La lucha política de clases no descansa en la lucha violenta como tal, sino en el dominio del Estado por las clases sociales. De forma similar a como acontece con la consolidación de la relación social en el campo de la producción, el conflicto político y la lucha por y desde el Estado, no se pueden concebir exclusivamente como fundados en la violencia. Esta aparece fundamentalmente en los momentos de transición de las formas de dominación, en los períodos revolucionarios, o cuando estas se encuentran cuestionadas en aspectos centrales de su ordenamiento. La violencia es una opción de la acción política concentrada sobre el poder del Estado; depende entonces de la situación de poder o de dominio y no exclusivamente del ejercicio de la violencia.

A manera de conclusión

Hemos visto a lo largo del presente ensayo cómo hay en Marx un reconocimiento explícito del papel jugado por la violencia en la historia. Sin embargo, esta apreciación no desemboca en una valoración positiva de la misma aun cuando tienda a justificarse en la medida en que provenga de sectores de clase dominados y por lo tanto se halle enmarcada en procesos de liberación. Dicho esto, podemos esgrimir como conclusiones las siguientes:

El aporte de Marx radica en desmitificar la violencia y asignarle un papel en la historia reconociéndola como un componente determinante, más no exclusivo, de la estructuración de la sociedad y, particularmente, del cambio social. La violencia está presente en la transición entre modos de producción, en la tensión entre fuerzas productivas y relaciones de producción y en el surgimiento y consolidación del capitalismo, como mecanismo catalizador del reordenamiento de las viejas y nuevas relaciones sociales.
En segundo lugar, la violencia tiene en Marx una dimensión estrictamente instrumental y no axiológica para el proletariado. No es pues una condición necesaria e inminente del devenir histórico, solo un medio particular a ser empleado con miras a la resocialización de las condiciones de producción. Sin una dosis de violencia, a las clases subordinadas les sería imposible desencadenar y llevar a feliz término el proceso de emancipación definitiva de la humanidad; es por ese fin que se legitima y justifica la violencia revolucionaria organizada. El fin pues, es la liberación y no, la violencia misma.
En tercer lugar, el planteamiento marxista hace énfasis en la violencia como algo externo a los individuos. Sea como coerción-represión estatal, enajenación económica o lucha revolucionaria, la violencia es algo que se ejerce desde fuera sobre los individuos que la padecen, y algo que éstos ejercen sobre quienes iniciaron el ciclo de violencia para defenderse y revertir la situación. Se trata, entonces, de una externalidad a los individuos; de algo que viene de fuera y que hay que combatir hacia afuera. Y lo que haya de violencia en el interior de la persona humana, al igual que otros componentes de su personalidad, tiene un origen exógeno. Esta aclaración vale para quienes ven en Marx un supuesto retorno al hobbesianismo y a una noción antropológica pesimista.
Finalmente, merece destacarse el optimismo marxista acerca del fin de la violencia. Este optimismo tiene su razón de ser, primero, en el historicismo de Marx y, segundo, en su visión de la violencia como un fenómeno eminentemente social. En el esquema de Marx, la historicidad no sólo hace transitorios los diversos fenómenos humanos, sino que también los inscribe en un proceso de humanización de largo aliento que condena a su desaparición a todo aquello que empaña la vida humana en el presente.