Friday, September 28, 2007

La sociedad teledirigida



Para Giovanni Sartori, la irrupción de la videopolítica es un fenómeno que comprende sólo uno de los múltiples aspectos del poder del video: su incidencia en los procesos políticos mediante una transformación radical del "ser político" y de la "administración de la política". Se trata del cambio civilizatorio, en plena expansión, a favor de la cultura audiovisual. Según el autor, asistimos a la emergencia de un homo videns, la persona video-formada que se relaciona con el mundo desde los lenguajes visuales, quedando atrás el homo sapiens y sus virtudes ilustradas. La televisión, dice Sartori,

… es ver desde lejos (tele), es decir, llevar ante un público de espectadores cosas que puedan ver en cualquier sitio, desde cualquier lugar y distancia. Y en la televisión prevalece el hecho de ver sobre el hecho de hablar, en el sentido de que la voz del medio o del hablante, es secundaria, está en función de la imagen, comenta la imagen. Y en consecuencia, el telespectador es más un animal vidente que un animal simbólico. (Sartori: 1998, 26).

El lugar del telespectador frente a la pantalla será entonces un espacio imaginario de poder visual, que no sólo alimenta el goce frente a la pantalla (veo televisión porque me gusta) cuando el noticiero pone el mundo a nuestra disposición, sino también cuando nos hace tomar contacto “a distancia”, de manera personalizada y bajo los poderes del control remoto, con el lejano, tímido y tumultuoso mundo del poder político (Landi:1991).

Ahora bien, la videopolítica no es exclusiva de la democracia, pues ya hemos visto cómo el poder del video también está a disposición de las dictaduras, sin embargo, el interés de Sartori, como el nuestro, es rastrear el papel de los medios en los sistemas liberal-democráticos, esto es, en aquellos que cuentan con elecciones libres. Tres serán las a variables a considerar: la formación de la opinión pública, el proceso electoral y la forma de hacer política (buena política).

Con respecto al primero de estos puntos, Sartori empieza indicando que la democracia se identifica con el gobierno de opinión, en el cual el pueblo soberano "opina" sobre todo de acuerdo con la forma con que la televisión le induce a opinar. En este sentido, vale señalar que la opinión pública, en tanto conjunto de visiones alrededor de los asuntos de interés general, no implica en ningún sentido la producción de un saber. Se trata de la emisión de doxa y nunca de episteme. Esta aclaración es fundamental para comprender el papel de los medios en la formación de la opinión, ya que, si lo que requiere la democracia es una mera producción subjetiva (doxa), la televisión puede descargarse sin problema de cualquier función educativa o científica (episteme). No es su tarea la producción de saber y verdad.

Pero si esto es cierto, ¿cómo puede confiarse la salud de la democracia a la actividad de la opinión pública? Si de lo que se trata es de equiparar la buena política a la ecuación democracia= opinión, donde opinión= juicio subjetivo y entonces, por transitividad, democracia=juicio subjetivo, la noción de democracia que suscribe Sartori estaría por demás en sintonía con la sociedad transparente de Vattimo. Sin embargo, el argumento del italiano enfatiza en la necesidad de garantizar una cierta autonomía de la opinión pública, esto es, de asegurar la objetividad y veracidad de los hechos transmitidos a la opinión, cosa que poco o nada le interesa a Vattimo. Dicho cometido, se lograría haciendo que la opinión esté expuesta a un gran flujo de información sobre el estado de la cosa pública:

Si fuera “sorda”, demasiado cerrada, y excesivamente preconcebida en lo que concierne a la andadura de la res publica entonces no serviría. Por otra parte, mientras más se abre y expone una opinión pública a flujos de información exógenos (que recibe del poder político o de instrumentos de información de masas), más corre el riesgo la opinión del público de convertirse en hetero- dirigida (Sartori: 1998, 71).

El imperativo de una opinión pública debidamente informada cobra mayor relevancia en la era de la televisión ya que, mientras en tiempos de la prensa escrita y la radio el equilibrio entre opinión autónoma y opiniones heterónomas (heterodirigidas) estaba garantizado por la existencia de una prensa libre y múltiple, en la era de la videopolítica a causa de la inmediatez de un hecho informativo basado en la mera imagen, se rompe el sistema de re-equilibrios y retroacciones múltiples que habían instituido los medios de comunicación basados en el lenguaje oral y escrito. “La televisión destrona a los llamados líderes intermedios de la opinión y se lleva por delante a la multiplicidad de autoridades cognitivas que establecen de forma diferente, para cada uno de nosotros en quien debemos creer, quién es digno de crédito y quién no lo es” (Sartori:1998, 72). La autoridad ahora es la imagen: lo que se ve parece real, y lo que parece real, parece verdadero. Con esto, la videopolítica pone en serio riesgo el gobierno de la opinión, no hay transparencia sino representación, no hay independencia sino heteronomía. Así, el contenido de la democracia es en apariencia reforzado por muchas y múltiples imágenes, pero a la vez, es des-sustancializado y vaciado por la futilidad de sus contenidos.

La televisión condiciona además el proceso electoral en múltiples formas que van desde la selección de los candidatos y las formas que adquiere la contienda electoral hasta las posibilidades de triunfo de un determinado aspirante. En el próximo apartado veremos cómo este gobierno de la imagen influye a los partidos políticos. Por ahora, fijaremos la atención en los efectos electorales de los sondeos de opinión. Como bien señala Sartori, la mayoría de las opiniones recogidas por los sondeos es débil, pues no expresa opiniones profundas ni realmente sentidas; volátil, pues puede cambiar en cuestión de días u horas; inventada, pues muchas veces el entrevistado responde lo primero que se le viene a la cabeza; y suele reflejar lo que es previamente transmitido por los medios de comunicación. Visto a lo anterior, la medición de la opinión publica por la vía de los sondeos de opinión deja mucho que pensar, incluso haciendo caso omiso del nivel de pre-formación que pueda tener la televisión, y atendiendo exclusivamente a cuestiones metodológicas como el tipo de preguntas y la forma de recavar la información. De esta manera,

los sondeos no son instrumentos de demo- poder- un instrumento que revela la vox populi, sino sobre todo una expresión del poder de los medios de comunicación sobre el pueblo, y su influencia bloquea frecuentemente desiciones útiles y necesarias, o bien lleva a tomar decisiones equivocadas sostenidas por simples rumores, por opiniones débiles, deformadas, manipuladas, e incluso desinformadas. (Sartori: 1998, 76)

El tercer nivel de injerencia de los medios televisivos afecta la forma general de hacer política, la buena política, aun cuando secularmente las nociones de bueno y político nos resulten inasibles en forma conjunta. Se trata de la influencia de los medios en la configuración de los partidos políticos, la forma de tomar desiciones por parte de los gobiernos y los márgenes de maniobrabilidad de los ciudadanos.