Wednesday, March 11, 2009

¿Son seguridad y libertad incompatibles?


La tensión entre libertad y seguridad sirve de marco a un debate que ha llamando la atención de filósofos y gobernantes a lo largo de la modernidad y que parece no resolverse. Recientemente, a propósito de los hechos del 11 de septiembre esta disyuntiva entró a ocupar el centro de la agenda de los gobiernos de occidente.

Frente a la expansión del terrorismo nacional e internacional, la consolidación de una sociedad del miedo, la invasión de una cultura punitiva y el incremento de los índices de violencia estatal se han perfilado como directrices de las políticas públicas, al punto que la seguridad ha sido elevada a la condición de derecho esencial, incluso a costa del recorte de las libertades.

Seguridad y libertad se nos presentan así como principios antagónicos. Los gobiernos justifican la limitación de derechos y libertades de los ciudadanos en nombre de la seguridad argumentando que para mantener la integridad del Estado hay que limitar las libertades. Pero, ¿es realmente cierto que libertad y seguridad son valores incompatibles y que la realización de uno implica necesariamente el sacrificio del otro? ¿Estamos verdaderamente frente a un dilema irresoluble?

Si bien las doctrinas contractualistas y liberales tratan desde hace más de cuatro siglos esta dicotomía proponiendo diferentes equilibrios entre ambas variables, lo cierto es que la centralidad de la seguridad como eje de los derechos fundamentales es un fenómeno reciente que está más asociado al incremento de la paranoia y el miedo de los individuos en medio de una sociedad cuyo lazo comunitario esta seriamente erosionado, cuando no perdido.

La “inseguridad” en el contexto actual se asocia al temor y la desprotección experimentados por los ciudadanos frente a un panorama de total desconfianza. Desconfianza frente a las instituciones (Estado, mercado, partidos, etc), que permanentemente violan y cambian sus reglas de juego, aumentando los niveles de incertidumbre, desconfianza frente a las demás personas, antiguos conciudadanos que han devenido enemigos reales o potenciales, y principalmente, desconfianza hacia la libertad como principio rector de la democracia.

Es la desconfianza como correlato de la pérdida de la comunidad, ese espacio que evoca compañía, protección y solidaridad, la que crea la falsa dilemática entre seguridad y libertad amenazando con que ésta última, esencia del ser moderno, desaparezca.

No hace falta remitirse a la Ley Patriótica de Bush o a la Seguridad Democrática de Uribe para advertir esta tendencia. En Bogotá, las medidas adoptadas en las últimas semanas por el Alcalde Mayor son un claro ejemplo de cómo el discurso de la seguridad le está ganando terreno a la libertad, empobreciendo el ámbito de la política y encerrando y aislando a los ciudadanos. Como si no fueran suficientes los toques de queda subrepticios auspiciados por el pico y placa de dos días y el cierre de Transmilenio a las 11 de la noche, la limitación de las libertades se ha extendido al derecho de libre movilidad de los jóvenes y al libre comercio de un número importante de locales en varias zonas de la ciudad.

El resultado? Millones de bogotanos confinados que no dejamos de sentirnos presos en nuestra propia ciudad, temerosos de salir a la calle por la falta de transporte en horas de la noche, desalentados para pasear frente al viacrucis que implica moverse en auto y en vista de la escasa oferta de espacios culturales de tipo masivo, algunos restringidos para uso cultural por la administración distrital como el Campin. Los efectos perversos de esta securitización no se detienen aquí. La disminución del crecimiento económico y el desempleo también son consecuencia de esta restricción autoritaria e irracional del flujo de personas.

¿Qué ocurriría si en un revés, el discurso de la libertad diera forma al de la seguridad? Si los bogotanos nos sintiéramos libres de salir a la calle, tomarnos la noche y los espacios que hoy nos resultan peligrosos? Si el día no terminara con la jornada laboral y continuara más allá en una Bogotá que no duerme? No será que la libertad y la oferta de oportunidades y espacios de encuentro, y no la seguridad, son la llamadas a restablecer un lazo social caliente que nos permita superar el miedo?

Valdría la pena invertir la tendencia hegemónica para entender que cualquier dispositivo de seguridad es válido sólo en la medida en que asegura la libertad, los derechos y las garantías de los ciudadanos. O en cualquier caso tener claro que quien sacrifica la libertad en nombre de la seguridad, no merece ni la una ni la otra.